Es
relativamente imposible negarse a vivir en esta realidad virtual. Está en el
portal de la Universidad, en el computador donde trabajamos, en los grupos de WhatsApp
de la familia, en las TICS de la escuela, en el perfil de la fiesta con los amigos,
en nuestras mentes cada vez que pensamos en subir un estado o fotografía. Moramos
en la era digital, cada vez cubrirá más hasta el espacio más recóndito de nuestra existencia y
no podremos frenarlo. Esta revolución tecnológica está
transformando nuestros los hábitos, el aprendizaje, el lenguaje, las
relaciones, la comunicación, la vida y las costumbres de todos. Ese es el lado
transparente de la era digital. Hoy se supone que las tecnologías existen para
facilitarnos la vida. Pero ¿qué pasará cuando estas redes no estén en función de
nosotros, sino nosotros en función de ella y de quienes tienen acceso a éstas?
El
problema ya no es que nuestros datos estén dando vueltas por las redes, somos
relativamente conscientes y consentimos, a través de contratos intangibles, que
así sea. El problema ya no es como exponemos lo que antes era parte de nuestra privacidad,
y tampoco es un problema si gozamos al hacerlo o no. El problema ya no es lo
que sucede con la identidad y psiquis del individuo, la sociedad se transforma
constantemente, y probablemente en el futuro nuestra identidad digital será más
importante que la persona que se encuentra detrás de ese perfil, si es que no
está sucediendo ya. El problema ya no está en el emisor, canal o receptor. El problema está en el uso, y ya no en el uso
comercial, el problema llegará cuando los miles de datos que producimos sean
utilizados contra nosotros.
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